sábado, 26 de mayo de 2012

Teníamos que conocernos

                                                                                 William Smith
Teníamos que conocernos. Que chocar como dos aerolitos en la noche
espacial. Que entrar en la órbita de lo que tú llamas dios y yo destino.
Teníamos que encontrarnos e identificarnos como dos astros que se
atraen, que convergen, que se adaptan.

Teníamos que confluir. Con la misma precisión con que llega la lluvia, pasa
el verano, regresan las golondrinas del otoño precoz. Con el propio rigor
que tienen los calendarios sobre tu periodo menstrual y los anuarios sobre
mis cabellos de harina. En cualquier momento que ya dábamos por
sucedido en los actos de los seres y las evidencias de las cosas y prodigios
de este mundo.

Teníamos que coincidir. Que tocarnos en pleno vuelo como dos pájaros
errabundos al borde de la calle dormida, buscando dónde pernoctar y
poner a descansar el nombre, la edad, los compromisos funcionales, el
mismo amor cotidiano y desandado tantas veces como un puente antiguo.
A la vera de tus desencantos y los míos, de mis contrariedades y las tuyas,
de nuestras propias y mutuas tribulaciones.

Teníamos que concordar. Que reconocernos desde nuestras condiciones
de ilegales solidarios, de infractores del tiempo, de transgresores de las
 buenas y malas costumbres. Que identificarnos como lo hacen los barcos
dormidos en la alta noche o los gatos sedientos en medio de su despierta
pasión. Que confabular contra los compañeros de trabajo, que intrigar
 entre los amigos, que conspirar a favor de nuestras malignas e íntimas
necesidades.    
Teníamos que topar al medio de vida. Cuando un nuevo albor enciende tu
corazón como una lámpara, y un barco de papel te lleva a mis aguas de
océano pacífico, a mis contornos de isla anónima, a mis manos de
marinero solitario. En el instante preciso cuando empiezas a madurar
como una manzana al sol, y tu ímpetu posee aún la facultad de hacer
resurgir el impulso de tus pechos, las frondas de tu vientre, las secreciones
más apremiantes y secretas de tus ardores y deseos.

Teníamos que concurrir al medio de la vida. Cuando un atajo amplio y
despejado se apertura frente a mí ojos de nómada, y hay de viento en mi
aliento y de fuego en mis fueros y de ola en mi alegría. Cuando otro sol
irrumpe sobre mi edad vespertina, y como un anuncio de borrasca se llena
 de bulla mi pasión y de oscilaciones el tráfico de mis gérmenes. Ahora
mismo que ya no queda más tiempo para emerger o naufragar en el fondo
propio del ilusionismo y la concupiscencia de la sugestión.  

Teníamos que conocernos. Que tocarnos como dos dispositivos
 fundamentales. Que constituir un mismo compuesto al que tú llamas
amor y yo albur. Teníamos que encontrarnos y acomodar como dos piezas
que se captan, que convergen, que se acoplan.

Ferreñafe, 22 de mayo del 2012.