Por William Smith Piscoya Chicoma
Desde los tiempos precolombinos y, aún antes, muy al principio de la historia de nuestros pueblos, una literatura oral -cimentada en la religión, la magia y las más reales e inverosímiles existencias humanas y sobrehumanas-, ha estado en persistente tránsito de viaje por épocas y sucesos que, después de algunos miles de años, han llenado de historias y canciones la vida de este continente propicio y único.
Todos los pueblos de esta latitud, desde sus épocas más remotas, guardan sinnúmeros de narraciones y canciones con acaecimientos y personajes que van desde los más simples y naturales, hasta los más complejos y misteriosos: toda una gradación de textos verbales que nos muestran, en el caso de nuestro país, un universo vasto de realidad y ficción, los cuales, ciertamente, sorprenden al mundo por su peculiarísima diversidad y sus grandezas históricas y literarias. Particularmente, la tierra ferreñafana es, dentro del contexto lambayecano, el lugar donde la tradición oral ha producido, tal vez, el referente más legítimo y substancial de literatura oral, en virtud, probablemente, a la tradición oral procedente de las dos zonas cordilleranas de esta provincia: los distritos de Kañaris e Inkawasi.
Esta “otra” literatura ferreñafana, que se funda en el temperamento histórico y el realismo maravilloso de nuestras primitivas sociedades, y que se ha transbordado a través de los siglos por la tradición oral local, nos ha legado un rico y enigmático compuesto de piezas líricas y narrativas -canciones, poesías, fábulas, leyendas y mitos-, que todavía yerran en los conciliábulos de labriegos y pastores, allá, en las profundidades más agrestes de nuestra serranía ferreñafana. Gran parte de ella, gracias a la comisión y seriedad investigativa de estudiosos y artistas, propios o foráneos, ha sido acopiada en libros y otros materiales impresos y, hoy, ha conseguido la difusión meritoria de su importancia literaria y cultural en general.
Dentro de aquella progresión de obras, que recogen la admirable literatura oral de la tierra llamada De la Doble Fe y, específicamente, del ámbito de Kañaris, se cuentan, entre las más originales y significativas: Ninamasha y Pachcamc, Pachcamc y el viento y El viento de Jottapetej, o el conflicto, temporalmente resuelto, entre estas tres entidades divinas de la gentilidad andina, que, de muchos modos, simboliza la eterna lucha del juicio contra la sinrazón, de la verdad contra la falsedad, o sea, la antiquísima y universal guerra del bien contra el mal -como ya se sabe, de honda raigambre en las literaturas de todas culturas del mundo de todos los tiempos-; los relatos El cerro de Kutilla y Qasay Rumi, que registran la historia de los cerro dadores de fortuna y buen clima, que actúan con cierta conciencia de la moralidad y la ética humanas; los mitos: La huaca Jorotshko, El espíritu del cerro Angash y El encanto del cerro Huanta, La laguna encantada de Quirichima, La laguna encantada de Shin Shin, y El encanto del cerro con cruz; las leyendas: El antiguo templo y El origen de las campanas del antiguo templo, dos cuentos cañarenses que refieren el origen del templo principal del distrito Kañaris y su famosa campana, pero, sobre todo, reseñan el inicio de la antigua veneración a San Juan, sagrado patrón de esta comunidad altoandina ferreñafana; igualmente, El fraile de la huaca Jorotshko y Los monolitos de Congona, dos relatos de una trilogía legendaria auténticamente congoniana, donde el enigma de una huaca, muestra el deseo de justificación de una fe idólatra y la historia de unas piedras sagradas; Aya Rumi y Nina Rumi, que despliegan el relato de un par de piedras fabulosas, y aparentemente extintas, retoman la visión fanática de la tradición oral kañarense con el fondo del ya avistado trance entre el dios y el demonio, pero, esta vez, representado con la batalla de los espíritus de algunos guerreros históricos, cuyas facultades sobrenaturales infestan de males las precarias vidas de los pobladores, sólo a salvo por intersección de las artes brujeriles de adiestrados “maestros”; El túnel de Angash, La vasija de oro, El rapto de la criandera y El toro encantado de Angash, son tradiciones locales que amplían la presentación de la visión cosmogónica andina, y que van a determinar las actitudes y los comportamientos del poblador montañés frente a la vida, la muerte y la naturaleza en colectivo. En todas ellas, los elementos del entorno -la lluvia, el calor, la tierra, el cielo, las bestias, el hombre, etc.-, llenan de cierta atmósfera de irrealidad y encantamiento que, en verdad, son simbolismos propios de la cosmovisión andina, influenciados, apenas, por algunos pocos componentes de la cultura occidental. Son, también, relatos que exhiben el asunto del génesis de los pueblos, particularmente, de aquellos pertenecientes a la zona de Kañaris, los llamados Cuatro Historias de Pandache -que guardan los relatos: Origen de Pandache, La peña del oso, La leyenda de Joriloma y la Leyenda de Apaypetej y Suruyaco-; de igual contenido, son textos notables, las leyendas: Dos historias de cerro Tunas -conformadas por: La ciudad del cerro Tunas y Las botijas de Tunacerca-; las Dos leyendas del cerro calabozo -comprendidas, a su vez en: Las bolsas del dinero y Las serpientes guardianas-; otras, de características temáticas variadas, son: El duendecillo, La historia del camino, Las piedras de la serpiente, La piedrita del alcalde y Mamahuaca.
Aunque, como ya lo explicáramos anteriormente, una considerable parte de esta “otra”, primordial, esencial, literatura de los ferreñafanos, aún continúa dispersada en el devenir de las colectividades de nuestra serranía -y, en muchos casos, conservada en su cualidad más original e íntegra-, una gran parte de ésta ya es édita en textos escolares, libros y otras publicaciones de autoría individual o colectiva, y se instituye como material importantísimo y de estupendo valor aportativo para la nomenclatura de la literatura tradicional local, regional y nacional. Entre los autores de estas selecciones, recopilaciones, colecciones, antologías, etc., presentadas en lengua vernácula o de traducción al español, destacan: Hipólito, Evaristo y José Cajo Leonardo y Cronwel Cajo Calderón -como institutores de la corriente recogedora y traductora-; Joaquín Huamán Rinza (o Juan Congona), Luis Cajo Chunga, Javier Hoyos Medrano, Marcial Huamán Sánchez, Armado Sánchez Céspedes, Agapito Calderón Manayay, Víctor Vilcabana Sánchez y Cruz María (o Marycruz) Pantoja Mori -como la generación intermedia de autores y recreadores-; y como la nueva serie de autores-investigadores: Oscar Bernilla Carlos, María Cristina Calderón Manayay, Francisco Lucero de la Cruz, Pedro Quispe Rodríguez, Martín Sánchez Purihuamán, Libia Sánchez Céspedes, Francisco Elmer Efus Linares y Florencio Huamán Rinza.
Ferreñafe, 3 de mayo de 2011.